La muerte tenía un precio

Antonio Sánchez Marrón
4 min readJul 6, 2020

En algún momento de la mañana, las redes sociales se abren ante mi ávidas de ofrecerme todo tipo de información. De un lado o de otro, sesgada, parcial, desinteresada, trivial y aburrida. Haces eso que se ha dado en llamar scroll y descubres una noticia que cambia el día, la semana y posiblemente muchos instantes del porvenir.

«Muere el compositor Ennio Morricone a los 91 años», reza el titular de una de las cabeceras principales del país. Suspiro. Pero continúo esa maniobra de deslizar la pantalla del móvil buscando alguna información más a la que aferrarme, por completar un resumen informativo del día. Pero Ennio no deja de ser el protagonista. Es entonces cuando mi mente comienza a trabajar, haciendo que retorne al pasado. Regresa a esos momentos que resuenan en mi cabeza acompañados de las melodías del compositor italiano. Recuerdo haber crecido viendo (que no entendiendo) las películas del hombre sin nombre. O aquella en la que Henry Fonda, con sus profundos ojos azules, vaticinaba la peor de las crueldades del ser humano. También el comienzo de una de mis películas preferidas de siempre, previa a un plano cenital en el que Al Capone (Robert De Niro) se somete a un afeitado que dará pie a una de tantas obras magnas de Brian De Palma. O el instante en que aquel infatigable sacerdote, con el rostro de Jeremy Irons, desenvuelve su oboe con suma delicadeza, monta sus piezas y Roland Joffé abre plano a la desconocida inmensidad narrada con la inolvidable melodía que es aquella Gabriel’s Oboe en La misión (1986). También a ese momento en que Giuseppe Tornatore alumbra un rollo de cine en manos del Totó que ya ha crecido lo suficiente como para intentar olvidarse de su pasado y acaba encontrándose con él frontalmente. Una escena, la de los besos y el amor censurados por el cura del pueblo, que sirve de conclusión a Cinema Paradiso (1988), situada en una sala de cine y que Tornatore, con un elegantísimo movimiento alumbrado por la melodía de Ennio se acerca a aquel Totó que observa en pantalla el último instante en que su vida tuvo sentido.

De pronto, caigo en la cuenta de que Ennio se ha marchado. Para siempre. Pero nos ha dejado, como a aquel Totó que no podía evitar derramar las lágrimas ante lo que para él significaban aquellas escenas, un buen puñado de momentos con los que asegurarnos de que no le perdemos, de que tras de sí se han escrito partituras con las que identificar buena parte de la historia del cine. Lugar que comparte con otros muchos que, a lo largo de las décadas, han hecho que el espectador se sintiera conmovido, atemorizado, intrigado, decepcionado o poderoso. Y, junto a Totó, unas lágrimas que no controlo, caen sin remedio. Observo que junto a Morricone, las redes se vuelcan con el nombre de John Williams. Ambos iban a recibir próximamente el Premio Princesa de Asturias de las Artes. Posiblemente dos de los compositores más importantes de la historia, dos de los músicos que han educado en eso de las bandas sonoras a generaciones de espectadores que sintieron que sus melodías eran parte de su personalidad. Pero hoy se ha marchado Ennio. En casa, en el momento en que se escriben estas líneas, resuena con fuerza Il buono, il brutto, il cattivo. He de reconocer que cada acorde duele, se siente dentro. Hoy resuena la épica con la que Morricone revolucionó y dio sonido, calor y sudor al far west. Cada sonido nuevo que introdujo en sus melodías, cada movimiento que construyó, cada acorde que hoy se alce hacia el cielo hará que recordemos a uno de los más grandes.

Jamás he conocido ni visto en persona a Morricone. No soy una persona de esas que admite duelo cuando fallece algún personaje que haya sido de relevancia para cualquier ámbito de la sociedad. Pero hoy hay un espacio enorme para la conmoción. Es algo que va más allá de la lógica. Hoy, una parte de mi se ha marchado con Ennio. Por alguna razón que se escapa a mi comprensión no puedo dejar de escuchar aquel Gabriel’s Oboe. Siempre he sentido una emoción que me embargaba al escuchar aquella melodía. Emoción que hoy se convierte en un tímido llanto.

Grazie Ennio. Grazie mille. Buon viaggio.

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Antonio Sánchez Marrón

“Relating a person to the whole world: that’s the meaning of cinema”. (Andrei Tarkovsky)